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Nos encontramos por primera vez en la clase de Literatura General, ¿te acuerdas, Consuelita?, con ese profe alemán fascista, cuando las autoridades que no eran milicos eran delegadas, no se hablaba de fascismo, y menos, de socialismo, subversión, derechos ni pueblo. Ay de quien osara pronunciar la palabra “política” o, peor, mostrara la postura prohibida. La ideología era personal y secreta; pero, no sé cómo ni por dónde, la visión de mundo coincidente se intuye. A mi lado estaba sentada una compañera seria, de pelo cortito, aparentemente tímida y muy distinta de una hippie chascona con zuecos y collares ruidosos. Ahí mismo, en un susurro, y sin dejar de poner atención a la clase, nos fuimos revelando y mirando. Creo que era la primera, aquella en que ese viejo nos enseñó que “literatura” venía del latín, y significaba “letra dura”.

Al menos el concepto no lo prohibieron; les bastó con quemar libros incómodos.

De a poquito nos fuimos contando la vida, comprobando coincidencias, y creando complicidad, entre una mujer madre estudiante, o estudiante madre, y una que por el momento era solo estudiante con penas de amor, y al cabo de unos meses se sumó a la otra categoría. Pero antes que nada, mujeres; en aquel tiempo, postergadas, oprimidas, cada una por su propia circunstancia particular, además de aquellas en que coincidimos todas. Se agregaba a la opresión personal y colectiva el trauma que nos venía oprimiendo y silenciando a un nivel extremo desde hacía seis meses, cuando, de golpe literal, la realidad entera se transformó. Quienes soñaban ya no soñaron. Lo que existió alguna vez ya no existía. Las expectativas fueron fusiladas y la esperanza, desterrada. Lo que era vida ahora era miedo.

Mucho tiempo no había pasado, pero era suficiente para tener claro que había que andar con mucho ojo y con pinzas aguzadas; no se podía hablar con cualquiera, ni siquiera en otra lengua. Pero el humor era esencial: era más compartido, y aligeraba la carga del silencio, ¿o no, Consolation Riverbank? No recuerdo a quién se le ocurrió apodarte así, o tal vez haya sido una de tantas instancias del ingenio colectivo que cultivábamos ciertos estudiantes de Bachillerato en Inglés de la Universidad de Concepción.

Coincidíamos en el buen rendimiento académico; también en los intereses literarios, musicales, vitales. Compartimos el lugar de trabajo: Instituto Chileno-Británico de Cultura, en la calle San Martín, cerca de Tucapel. Probablemente tú estabas ya titulada, no tengo claro ese recuerdo; pero yo había tenido que interrumpir mis estudios por un tiempo. Aunque empezar la vida laboral antes de egresar no es por puro gusto, y no es fácil ser mujer estudiante madre trabajadora ─cualquiera sea el orden en que se ubiquen las categorías─, enseñar se disfruta. Y también se disfruta aprender. Es placentero, sobre todo al descubrir que hay colegas, coetáneos, que disfrutan, sienten, aprenden, juegan, ríen. Y eso ocurrió, ¿recuerdas? Quienes compartíamos compromiso profesional, miradas, risa, secretos, cosmovisión, nos fuimos encontrando. Tanto así, que nos sentimos tribu, nos declaramos familia, y con el humor que nos caracterizaba, nos apellidamos Perezovic.

Cómo iba a adivinar, sentada a tu lado en la clase de ese viejo, cuando entre todos nuestros susurros me dijiste que tenías un hijo, que diez años más tarde me albergarías en tu casa, donde recibiría al mío y al tuyo de vuelta del colegio cada día, y les serviría el almuerzo mientras tú trabajabas. Que, pese a mi cesantía, casi todo el embarazo de mi hija lo pasaría tranquila, sin apremios, gracias a ti, mi compañera de universidad, compañera de trabajo, de guitarreo, de agrupación gremial, de protesta, de causa cultural y social; mi cómplice. No creo haber conocido a una persona tan solidaria como tú, para quien el concepto de solidaridad, como tantos otros conceptos, estaba claro como el agua. No lo digo solamente por lo que a mí me entregaste, por supuesto, y me refiero no solo a lo visible.

No podría haber siquiera imaginado aquel primer día, frente al pizarrón con letra dura, que pasadas varias décadas, además de salvar mi supervivencia en un momento crítico una vez más, me darías el precioso regalo de poder cumplir el que siempre iba a ser mi sueño profesional: traducir literatura.

No sé si hace 49 años ya sabías que ibas a dedicar tu vida a absorber y entregar, con inigualable consecuencia, afán y perseverancia, todo, absolutamente todo lo que sentías necesario absorber y entregar. Tus objetivos eran claros, y por ellos luchaste: militando, marchando, escribiendo, estudiando cuanta materia te llevara hacia allá. Concretaste mucho más de lo que cualquiera lograría: construiste la vida que querías vivir, y una relación de pareja amorosa plena y sana. Y esa vida incluyó, entre otras muchas creaciones, la editorial Victorina Press.

Una mujer lesbiana feminista: cuando trabajé en la traducción de tu tesis doctoral ─traducción que, lamentablemente, quedó inconclusa─, el concepto de sim/bio/grafía, tema central de la tesis, me pareció sumamente interesante, de más está decirlo; pero, además, fue una epifanía conversar acerca del orden de tus adjetivos identitarios, que en todo tu trabajo y tus acciones se comprueba. Hay muchos otros adjetivos que agregar; pero ni siquiera lo intentaré, ya que, por larga que fuera la lista, quedaría paradójicamente corta. Por ahora, solo quiero lanzar al viento mi amor, que es la única manera que tengo de hacer que atraviese los aires y te llegue como challa.

No sé si estés descansando. Lo dudo, porque descansar no es lo tuyo. Si hay una mujer incansable, porfiada y consecuente, esa eres tú, Consuelita. En cuanto a pasar a mejor vida, es falacia. Mejor vida no es. Menos, para ti, que construiste la vida que quisiste, asumiendo todos los costos, sin dejar que nada la aplastara: ni la tortura, ni la cárcel, ni la lesbofobia; nada. A María Consuelo de las Mercedes Rivera Fuentes nada ni nadie la derrota. Por el contrario, patea todas las rejas y las rompe. Siempre. Ni siquiera las evade. Por eso, la enfermedad no te venció, ni te la ganó la muerte. No te llevó ningún dios: te fuiste por tu propia voluntad, estoy segura. A viajar. Sabías que donde vas no se llama mejor vida. Mejor viaje puede ser. Un tránsito, hacia un espacio incógnito, como todos los tránsitos.

Nada es para siempre, como dice el cliché. La familia Perezovic transita. Pero desde donde sea que estemos, estamos juntxs y así seguimos. Procesos distintos, parecidos; allá, acá, acullá. La vida, el tránsito, la pasión por la lengua y la transgresión nos juntaron. Y esa unión no se disuelve.

Guisela Parra Molina
Septiembre 2023

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